lunes, 18 de marzo de 2024

El Día del Comic, en 2024

Día de celebración.  Fue ayer 17 de marzo, pero para mí siempre es el día del comic.  Como fanático recalcitrante, fetichista incluso y feroz defensor de un arte que con papel y lápiz es capaz de trasladarte a universos fantásticos, representar la Historia, toda ella, y todo lo que quieras y seas capaz de representar, celebrémoslo. Hablo por supuesto, del cómic: historieta, fumetti, tebeo, bande dessine, quadrinhos, manga, y como quiera que lo llames en cualquier parte del mundo. 

Estupendo cartel de Borja González


La guerra aérea como nunca se ha visto

 Jacinto Antón


Un momento de Los amos del aire.

Enjambres de cazas alemanes atraviesan como mortíferas centellas las formaciones de bombarderos estadounidenses en un cielo surcado por las estelas de condensación y el fulgor asesino de las trazadoras. Un combate furioso, desesperado, se desarrolla allá arriba, en un campo de batalla infinito. Los B-17 caen derribados, picando hacia la eternidad o girando sobre sí mismos como gigantescas hojas de árbol incendiadas. Los pilotos de las Fortalezas Volantes tratan de mantener la formación para no convertir sus aviones en presas solitarias. Y en medio de la tormenta de destrucción, el artillero en la expuesta torreta ventral de uno de los grandes aparatos estalla en una nube de sangre al ser alcanzado.

Austin Butler y Callum Turner, en el cuarto episodio de la serie.

"Soberbia", ha dicho el británico James Holland, uno de los historiadores militares de moda, de la nueva serie bélica Los amos del aire. Desde luego, nunca se ha visto la guerra aérea, concretamente la de los bombarderos pesados estadounidenses lanzados sobre Alemania y la Europa ocupada, con el realismo y la emoción con que aparece en esta miniserie de nueve capítulos de Apple TV+, Los amos del aire está basada muy fidedignamente en el extraordinario libro de 2006 de Donald L. Miller del mismo título que acaba de publicar en castellano Desperta Ferro.

Con la misma exitosa fórmula de Hermanos de sangre (infantería paracaidista) y The Pacific (marines) y Tom Hanks y Steven Spielberg de productores, Los amos del aire resigue la campaña de una unidad estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial a lo largo de la contienda. Esta vez la historia se centra en los miembros del "sangriento 100", un sufrido Grupo de Bombardeo de la famosa 8º Fuerza Aérea de EE UU que volaban, desde sus bases en la campiña inglesa, las célebres Fortalezas Volantes, los impresionantes bombarderos cuatrimotores Boing B-17 preñados de devastación, con los que se pretendía doblegar a la Alemania nazi.

Presenciamos a lo largo de la serie, con el corazón en un puño, asombrados de lo que es capaz de sufrir (e infligir) el ser humano en guerra, escenas sensacionales y escalofriantes. Como la de los Messerschmitts Bf 109 atacando a los bombarderos de frente y rociándolos de balas que abren grandes boquetes en la cabina, en el fuselaje y en la carne de los aviadores. O la de las letales nubecillas negras de la Flack (la defensa antiaérea alemana) sembrando el cielo, agitando los aparatos con sus explosiones como una mano gigante (ríete tú de las turbulencias) y reventando literalmente los aviones y a sus tripulaciones. En un momento, desde un B-17 ven cómo cae una lluvia de restos de otros bombarderos desintegrados, incluido un cuerpo que va a dar contra el ala. Otras escenas impactantes son la del tripulante enganchado en la compuerta de bombas al tratar de saltar en paracaídas, o la del aviador que, al regreso de una misión, mientras los sanitarios extraen a sus compañeros destrozados, sintetiza todo lo que ha pasado cayendo de rodillas en la pista de aterrizaje y vomitando compulsivamente.

La serie muestra muy bien el contraste entre los poderosos bombarderos, maravillas de la tecnología aeronáutica de la época que despegan en impresionantes falanges, y la forma en que son destruidos. Como resumió un piloto al tratar de asimilar la visión de diez hombres y tres toneladas de metal reducidos a una nube de humo negro, "parece imposible que algo tan grande pueda desaparecer tan rápido". En la escena de un aterrizaje forzoso de un B-17 acribillado, con dos motores inutilizados y sin ruedas, varios tripulantes muertos o malheridos, es imposible no estremecerse cuando el piloto suelta la tan familiar (en otro contexto) frase: "Crew, prepare for landing".

La mayoría de esas escenas provienen del libro, y de los testimonios reales recogidos por Miller. Lo más increíble de la serie es que de verdad fue así. Y que esos jóvenes procedentes de las cuatro esquinas de EE UU y salidos de todas las clases sociales fueran capaces de, tras sobrevivir a misiones sangrientas y aterradoras, volver a encaramarse en sus aviones al día siguiente en vez de salir corriendo. Murieron 26.000 aviadores de la 8º Fuerza Aérea, más bajas mortales que el Cuerpo de Marines. Los amos del aire muestra fehacientemente que si hubo algo peor que servir en submarinos fue hacerlo en los bombarderos, que sumaban el vértigo a la claustrofobia (¡qué espanto el constreñido interior de los B-17!) y a la pesadilla de combatir en un medio hostil. La falta de oxígeno y el frío fueron -y la serie lo muestra muy bien-, junto con las condiciones atmosféricas, dos de los peligros mortales que sufrieron los aviadores. En un capítulo se ve cómo a un ametrallador que trata de desatascar su arma quitándose los guantes se le quedan las manos pegadas al metal y se desgarra la piel.

Guapos "Bomber Boys"

La peripecia del colectivo se representa especialmente -como en el libro de Miller- a través de un conjunto de personajes reales, aquí interpretados por actores; a la cabeza, los mayores Gale Buck Cleven (Austin Butler) y John Buck Egan (Callum Turner). La acreditada fórmula de contar una historia desde dentro de una unidad de combate y recalcando la dimensión humana de sus integrantes vuelve a funcionar en Los amos del aire (sufrimos inevitablemente por esos jóvenes que lo pasan realmente mal en sus aviones), todo y la dificultad de despertar afinidad e identificación, precisamente ahora, con militares que siembran el caos y la destrucción y arrasan ciudades matando con sus bombas a población civil.

Y es que si hay algún arma con la que cuesta empatizar es con los bombarderos. El debate sobre la destrucción atroz que provocó el bombardeo estratégico desde gran altura estadounidense en la Segunda Guerra Mundial aparece en el libro de Miller y en la serie, en la que algunos aviadores se cuestionan la matanza de población civil. En todo caso, tanto la serie como el libro optan por la tranquilizadora tesis de que ese sufrimiento fue necesario para acabar con los nazis. Otro tema complejo que mencionan libro y serie es el del racismo: los democráticos EE UU permitieron que algunos negros volaran en cazas pero de ninguna manera en los bombarderos.

A destacar de la serie la exactitud técnica y operativa (las misiones que se cuentan son auténticas) y un diseño de producción que cuida minuciosamente todo, desde los aviones hasta el más pequeño elemento de época. También los muchísimos buenos detalles históricos. Entre ellos, el secretismo con las miras Norden, el instrumento decisivo de los bombarderos estadounidenses. La serie plasma muy acertadamente, en tramas paralelas, cómo funcionaban las redes de evasión para pilotos derribados y la vida de los aviadores capturados e internados en campos de concentración. 

Entre las pegas, el acentuado -y a veces excesivo- sentido épico de la narración, y cierto esteticismo (es dudoso que los bomber boys fueron todos tan guapos y posaran bien). Dos cosas que desde luego contribuyen a hacer de Los amos del aire un grandísimo espectáculo, pero que casan poco con la realidad última de cómo dejaban los bombarderos el mundo allá abajo a su paso.


El Pais. Cultura. 27 de enero de 2024



Studio La Cachette: 10 años de Kairos (y créditos de Annecy)




KAIROS Trailer from Studio La Cachette on Vimeo.

Hace apenas 10 años, se publicó en la red Kairos un tráiler animado de un cómic del mismo título (de Ulysse Malassagne), destacando así a un estudio de animación muy joven, La Cachette, que firmó allí su primera producción.

Una fecha de aniversario recordada por Oussama Bouacheria (en Instagram), cofundador del estudio con Ulysse y Julien Chheng.

10 años después, habrán conseguido grandes cosas para otros (Mune, Love Death + Robots, Star Wars Visions, Primal, Unicorn Wars Eternal e incluso Catsuka ;-), y además siguen desarrollando proyectos propios, como Mehdi Avis de Pasaje, Muyi o The Black College.

Feliz cumpleaños !



domingo, 17 de marzo de 2024

La oscura melancolía de los Sardaukar

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón

Es dificil quedarse con un aspecto de Dune: parte 2, la excepcional segunda entrega de la saga cinematográfica de Denis Villeneuve sore la gran novela de Frank Herbert. Todo es extraordinario: la lucha en torno a la cosechadora en las dunas, la cabalgada del gran gusano Shai Hulud, el combate en el anfiteatro de Giedi Prime (planeta a evitar), la apoteosis de Muad´Dib como mahdi en el consejo Fremen, la llegada de la corte imperial, incluidas cinco legiones Sardaukar, a Arrakis y la batalla definitiva, la pelea a muerte final entre Paul Atreides y el Harkonnen Feyd-Rautha, tan hamletiana... Las escenas impresionantes se encandenan una tras otra sin solución de continuidad, sin dar respiro, en un increíble crescendo que parece no tener fin. ¿Es el martilleador de arena, Reverenda Madre?, ¿o los latidos de mi corazón?

Los Saudaukar imperiales se despliegan en Arrakis en la segunda entrega de Dune

Si hay que elegir algo, yo escojo el tratamiento de los Sardaukar, las temidas tropas imperiales. Dune, es también, quizá inesperadamente, la historia de la decadencia de esa fuerza galáctica, que da sopas con honda, en su terrible trayectoria, sus habilidades y su profundidad existencial, a las tropas imperiales (Stromtroopers) de La Guerra de las Galaxias. Mezcla de espartanos, jenízaros, Waffen-SS y Navy Seals, fuerza especiales espaciales, los Sardaukar (la sonoridad de su nombre es otro de los hallazgos lingüísticos de Herbert: dices "Sardaukar" y se te pone cara de mala hostia), arrastran una musculada melancolía que Villeneuve ha sabido ver y plasmar muy bien. Y a mí me pueden. En la novela, Frank Herbert nos lo fue explicando -como todo su mundo- poco a poco. Los Sardaukar son formados, con un rigor que deja a los marines como boy scouts, en Salusa Secundus, el planeta prisión imperial, convertido en un infierno ideal para el entrenamiento militar. Fuertes, duros y feroces, convencidos de su propia superioridad y embebidos de una mística de secta secreta guerrera, brutales y con un desprecio casi suicida por la seguridad personal, los Sardaukar son tan mortíferos que unos pocos marcan la diferencia en cualquier batalla.

Se dice que su habilidad de espadachines corría pareja con la del Ginaz de décimo grado (sea eso lo que sea) y que su astucia en el combate equivalía a la de una adepta Bene Gesserit. El emperador los gestiona para sus intereses y muchas veces los suministra para operaciones clandestinas poco edificantes. En Dune, se los alquila a los Harkonnen. Villeneuve nos los sirve magníficamente, a los Sardaukar. La escena de Dune 1 en la que vemos como reciben el sasacramentum (que dirían los legionarios romanos) en medio de un ritual sangriento, ominoso y lluvioso en su jodido planeta, bajo un cielo desesperanzador de cenizas, es de lo mejor que ha dado nunca el cine de ciencia ficción: con un oficiante que les canta un himno como para salir corriendo (con una voz gutural de chamán mongol), un bautismo con la sangre que chorrea de los reclutas que no han pasado el corte, y un ambiente sobrecogedor. Pero, curiosamente, pese a su terrorífica fama y la arrogancia y el desdén que irradian, es indudable que en Dune, los Sardaukar van a la baja, que ya no son lo que eran, vamos. Sucede así porque el autor quiso enfatizar la pujanza de los nuevos guerreros de referencia, los Fremen, esa gente recia que te homenajea a escupitajos, y a los que Paul Muad´Dib acaudillará en la Jihad galáctica. Yo me siento muy identificado con los Saudakar. Son unos has been de élite que viven de su fama pero que intuyen lo resbaladizo de su posición, lo que no mejora su carácter. En las pelis de Villeneuve, pese al display con que los adorna, el director hace que los maten a puñados. Me fascina el ensimismamiento melancólico de los Sardaukar, que parecen conocedores de su destino. Los vemos por última vez (en el libro y en la peli) alrededor del trono de Shaddam IV formando un arco para proteger al emperador antes de que sea depuesto. Cae el telón con un último y sordo redoble de tambor para los orgullosos Sardaukar, sometedores de mundos, tan fieles como al final, prescindibles.


El Pais. Cultura. Sábado 16 de marzo de 2024


Página Dos, again

Me reconcilia con el mundo, al menos con el mundo de la televisión, y al mismo tiempo con la literatura, y probablemente con el mundo entero. Me siento culpable de no ver, casi aprender de memoria y archivar con amor y cuidado un programa de tan cuidada factura, edición, diseño, textos, imágenes. 


Acabo de ver el último emitido y me ha fascinado. Literatura en estado puro: Entrevista a Júlia Peiró con Olor de hormiga, y a través de un comentario sobre los gatos comentan otros libros sobre los mininos en la literatura. Los ojos de Mona de Thomas Schlesser, otra entrevista, una iniciación al arte que sirve para enlazar con un reportaje sobre el Museo del Prado y su intenso trabajo en las redes sociales, y como su encargado de los videos que muestra en instagram y tiktok, con más de un millón de seguidores ha realizado un libro seleccionando 25 obras del Prado. Dos pequeñas reseñas sobre literatura infantil (uno de ellos, un cómic, La mazmorra), reseñas comentadas por dos niños de 7 y 9 años. 

Como colofón, una ruta literaria de Julio Cortazar por París. Imágenes filmadas por las calles de París lloviendo, o sea, un sueño hecho realidad. A través de tres libros de Cortazar: Obras completas, Cuentos completos y Rayuela, viajamos por Notre Dame, los cafés y sus calles.

Todo esto en tan solo 29 minutos. Ya lleva 16 temporadas. Ha recogido numerosos premios. Y siempre me parece que no lo valoro lo suficiente, ¿porqué será?


Tiempos modernos

¡Olvidaos de los libros de historia y vamos a viajar en el tiempo a una Edad de Piedra muy diferente y, sobre todo, divertida! 


JOSÉ LUIS VIDAL

14 Marzo, 2024 

En un museo de historia reposa en una enorme vitrina, el cuerpo perfectamente conservado de un neandertal. Son muchos los curiosos visitantes que se paran ante él, preguntándose el por qué de esa mirada perdida, acompañada por una expresión cuyo origen no consiguen desentrañar…




Los Picapiedra

Guion: Mark Russell

Dibujo: Steve Pugh, Rick Leonardi, Scott Hanna

Tapa dura

Color

368 págs.

43,50 euros

ECC Ediciones


Pues bien, en un plis plas, gracias a la magia de los cómics podremos trasladarnos sin movernos de casa a tiempos muy lejanos, en los que todo era más sencillo y rudiment… ¡Un momento!

Dinosaurios transformados en grúas, pequeños elefantes que hacen las veces de aspiradoras, armadillos con los que se juega a los bolos… Pero, ¿qué es esto, adónde hemos ido a parar?

Todo tiene una explicación, una que los más talluditos de la casa van a pillar al vuelo. Y es que estos remotos tiempos prehistóricos no vienen reflejados en ningún texto de historia, ya que se basan en aquella maravillosa serie de dibujos animados, creada por la productora norteamericana Hanna Barbera, que nos acompañó a muchos en nuestra ya lejana infancia.

En ella conocíamos a sus protagonistas, Pedro Picapiedra, su mujer Vilma y su hijita Peebles.

Aquí, en esta apasionante traslación a las viñetas, los personajes son los mismos, pero sus problemas se parecen mucho, muchísimo más, a los que hoy en día el hombre y la mujer moderna pueden padecer.

Para ello, el guionista Mark Russell transforma esta sociedad en puro consumismo, donde la última novedad 'tecnológica' es rápidamente adquirida con ansia, aunque en poco tiempo termine encerrada en un armario (la historia del elefantito es conmovedora).

Aunque tampoco estos cavernícolas venidos a más se van a librar de otras de las terribles lacras que padece la sociedad moderna, como el racismo, que tiene mucho que ver con la historia detrás de ese espécimen que reposa en la vitrina de un museo. O la homofobia, que surgirá ante la presencia de una pareja gay sobre la que Pedro Picapiedra tiene una historia que contar.

¿Y la religión? Ahí ya sí que Russell carga las tintas a tope, convirtiendo al "sacerdote-shaman-cómo se le quiera llamar" en una auténtica veleta de creencias, que van cambiando según la conveniencia, o cuando los feligreses tratar de evitar los servicios.

En fin, un recipiente genial, vitriólico, donde vamos a poder reconocer y reconocernos en más de una, por no decir todas, las situaciones que agobian la existencia de los protagonistas.

Y hablando de personajes, me gustaría destacar especialmente la labor de un gran dibujante como es Steve Pugh, al que imagino devanándose los sesos cuando le llegó el encargo. Alejar del estilo cartoon a los personajes no es tarea fácil, pero Pugh lo consigue con maestría, y un gusto por los detalles que hará que nos detengamos en todas las viñetas, que suelen contener más de un guiño-chiste.

El tomo que recopila las doce entregas de la maxiserie se completa con un encuentro muy especial, en el que Booster Gold, uno de los superhéroes más torpes del Universo DC, que conocerá a los peculiares habitantes de Piedradura, dibujados esta vez por otro grande de las viñetas, Rick Leonardi.

Cuando terminemos este peculiar trayecto, tan solo nos quedará gritar ¡Yabadabadú!


Malaga Hoy


La carne humana sabe a cerdo

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Un momento de Holocausto caníbal, falso documental de Ruggero Deodato

La carne humana sabe a cerdo del bueno. No lo digo yo, que soy muy tiquismiquis y no como cualquier cosa, sino los que la han probado, caníbales antiguos y modernos cuyo testimonio ha quedado recogido por la historia o las noticias. En Polinesia, de hecho, se conocía la carne humana como "cerdo largo" y se la tenía como más sabrosa que la del porcino. Son menos, pero los hay, los que la han comparado con el pollo y la ternera. Recientemente se ha sugerido que no somos especialmente nutritivos.

El jefe maorí Tuai -hermano del poderoso rangatira Korokoro-, que estuvo de visita 11 meses en Londres en 1818 y sorprendía en las reuniones sociales haciendo la haka mucho antes que los All Blacks, explicó que lo que más echaba de menos de su tierra era "el festín de carne humana", lo que parece lógico si le hacían vivir a base de fish and chips y pudin de Yorkshire. Comentó que prefería comer mujeres y niños (más tiernos), y que en caso de tener que consumir carne de hombre, la de un negro, preferentemente de unos 50 años, le parecía mejor que la de un blanco. Por lo visto somos demasiado salados. Lo que no fue óbice para que al capitán Cook se lo comierna los hawaianos.

Otros caníbales han testimoniado que los chinos están muy buenos y es conocida la historia de un barco chino naufragado en 1858 en un archipiélago frente a Nueva Guinea cuyos 300 tripulantes fueron comidos todos en una verdadera apoteosis de los rollitos de primavera excepto cuatro (no está claro por qué los descartaron, ni si los caníbales pidieron el libro de reclamaciones).

Si bien se te podían comer por gusto, y valga la frase, y en algunas sociedades el factor gastronómico parece haber sido predominante (siempre me ha impresionado lo que contestaron sus guías a aquel explorador del río Congo al preguntar qué decían los tambores a su paso: "Llega comida"), lo más habitual era el canibalismo ritual: te comías a una persona como señal de respeto y hasta de cariño (a tus muertos, ¿dónde iban a estar mejor?) o para adquirir algunos de sus atributos, usualmente el valor de un hombre bravo o un guerrero. Los basutos comían el hígado de los enemigos valientes, considerado el asiento del valor; las orejas, donde residía la inteligencia, y los testículos, de su fuerza. Es cierto que si te comían todo eso tanto te debía dar el motivo.

Usar el pasado como hago en estos ejemplos es tranquilizador, pero aún quedan caníbales tradicionales en algunos puntos del globo: el viajero Norman Lewis me contó que había departido con uno en Papúa Nueva Guinea "muy educado". Él también le confirmó que sabemos a cerdo. 

Viene todo esto, claro, a cuenta de la nueva película de J.A. Bayona, La sociedad de la nieve, sobre el accidente aéreo de los Andes (1972) y la supervivencia de los que se salvaron a base de comerse los cuerpos de sus compañeros de tragedia muertos. Esa historia, plasmada en el best seller ¡Viven! (1974), nos afectó mucho a los que éramos adolescentes en los años setenta y marcó nuestra relación con el canibalismo. Pensar que tú mismo te podías convertir en antropófago si la ocasión lo requería fue un impactante segundo paso en nuestra relación con el asunto tras descubrirlo en las pelis de exploradores y en Robinson Crusoe. Fue una gran lección antropológica y de relativismo cultural ver que no te tenías que identificar siempre con el misionero en la olla. Como inesperada prolongación de la lectura de ¡Viven! tuve la oportunidad de comer un día mano a mano con uno de los supervivientes del accidente Eduardo Strauch. Fue en 2008 y, pinturero, yo pedí entrecot. Él prefirió verduras y pescado. Me dijo que, en su acreditada opinión, la carne humana sabe a vacuno.

El caso es que el canibalismo de los neandertales a El silencio de los corderos (con nuestro chef favorito Hannibal Lecter), escapa continuamente de lo etnológico, donde se lo ha tratado de situar tranquilizadoramente (el caníbal es el otro: distante y primitivo), para colársenos por doquier. El fenómeno es complejo y poliédrico y podría hablarse más bien de canibalismo: ritual, de necesidad, gastronómico, político (Idi Amin, Obiang), psicopatológico (como el de los modernos caníbales tipo Issei Sagawa o el de los que se canibalizaban a sí mismos, y no estamos hablando de comerse las uñas, las pieles o sorberse los mocos)... Aparece en prácticamente todas las sociedades humanas desde los albores de la especie. Nosotros hemos desplegado un gran tabú a su alrededor, pero a la que tenemos hambre de verdad y no hay otro recurso, nos entregamos a la antropofagia como tupinambas.

En los naufragios ha sido corriente aplicar la ley del mar, o sea comerse al superviviente con peor suerte. También se ha dado canibalismo en expediciones perdidas (como la de Franklin), hambrunas y situaciones bélicas extremas. Un ejemplo moderno es el largo y terrible asedio nazi de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, donde el consumo de carne humana se hizo tan conspicuo que pasar por según qué barrios te hacía candidato al menú del día. Y se podría argüir -lo hicieron los paganos romanos- que el cristianismo está centrado en un verdadero acto de antropofagia: la Eucaristía (a la que por cierto aludieron varios de los supervivientes del accidente de los Andes para justificar su decisión).

Esta misma semana he podido observar entre las colecciones etnológicas que se exhiben en el Humboldt Forum de Berlín en impactante Autorretrato con 12 discípulos del artista de origen samoano Greg Semu, nacido en 1971 en Auckland. En la imagen, parte de la obra La última cena caníbal, porque mañana nos haremos cristianos, Semu se retrata como un salvaje Cristo semidesnudo y tatuado, rodeado de otros indígenas, incluidas mujeres con el pecho al aire, en un provocador y polisémico remedo de La última cena de Leonardo y frente a un plato que contiene lo que parece un cerdo asado...


El Pais. Cultura. Sábado 23 de diciembre de 2023