Ojo de Melkart
lunes, 1 de septiembre de 2025
domingo, 31 de agosto de 2025
Últimas noticias de Formentera con piratas
El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
El regreso de la isla en barco lo marca la lectura de la conmovedora ‘El ancla de la misericordia’ del escritor de aventuras francés
16 AGO 2025
Me he despedido de Formentera desde el ferry no lanzando una botella al mar con un mensaje melancólico como el año pasado, lo que me granjeó quejas por contaminar los océanos (espero que no fuera por mi prosa), sino con una pequeña libación de licor de hierbas de la isla. Y eso que tras la lectura estas vacaciones de La isla misteriosa, de Julio Verne, podría argüir que los mensajes en botella han salvado vidas, como la del capitán Grant o la del asilvestrado contramaestre Ayrton. Pensé también en echar al agua mi flamante gorra nueva que lleva inscritos muy saladamente el nombre de Formentera y las coordenadas de la isla (38º42’N 1º27’E) e imitar así el gesto de los británicos cuando dejaban la India y lanzaban sus salacots. Pero recordé lo que me había costado la prenda en la tienda Dossae de Sant Francesc (gorra modelo Es Cap, 42 euros del ala, eso sí, ecofriendly), y me la volví a poner. En todo caso, los gestos propiciatorios no estaban de más dado que mi viaje coincidía con el 25º aniversario del hundimiento del submarino Kursk, que ya es fecha para hacerte a la mar. Habría estado más tranquilo si hubiera tenido un colgante hecho con pelos del bigote de un vell marí (la vieja foca extinta de las Baleares), el amuleto tradicional formentereño para no morir ahogado.
Después de tres semanas largas de estancia en la isla sin apenas noticias, estas empezaron a sucederse en cuanto me puse a hacer la maleta, un largo proceso que siempre me supone varios días, pues incluye recoger todos los libros y las mil fruslerías que no solo he llevado sino que he ido acumulando estas semanas de vacaciones, incluyendo variado material de naturalista como plumas, conchas, piedras y hasta una nueva cola de lirón careto (que el roedor desprende como mecanismo de defensa), sin olvidar un precioso dibujo del Pelayo por Luke L. Carter, el autor de Bar, un recorrido por los más auténticos bares y chiringuitos de Formentera, y todos los números (7) de ADN, la revista de cómic de la isla adquirida en la librería Tur Ferrer (inolvidable la portada de Jordi Soldevila de la turista desembarcando en Formentera con su maleta de ruedas y empuñando una katana a lo Kill Bill).
El momento más emocionante de la partida es cuando de madrugada tengo cargado hasta el techo el viejo jeep Suzuki Santana que me llevo cada verano, le doy al contacto y, a causa del relente nocturno no se enciende, lo que me pone en peligro de perder los dos barcos consecutivos que me esperan (Formentera-Ibiza e Ibiza-Barcelona), un trance si se piensa que hasta he pagado por adelantado el billete del gato. En esta ocasión he conjurado la amenaza cubriendo el motor con una manta y poniendo otra sobre el capó como si mi Suzuki de cuatro décadas fuera un vehículo de las patrullas del desierto del SAS de la Segunda Guerra Mundial —de hecho me han cobrado la tasa de circulación en Formentera, abultadísima, como si condujera el mismísimo jeep artillado de David Stirling—. En fin, he arrancado a la primera. La verdad, este año podría haber tenido un plan B puesto que buceando frente al Pelayo el día antes de marcharme encontré no una morena, ni una barracuda, ni una sirena, ni al legendario roncador o pez mariposa (Dactylopterus volitan, un escorpénido) que ha visto precisamente mi hija Berta, que está de racha, sino ¡las llaves de un coche!, un Fiat de alquiler. Se hace raro salir del agua con las gafas de buceo en una mano y las llaves de un coche en la otra: parecía James Bond.
Decía que se han producido muchas noticias en los últimos días. Han llegado más pateras, acrecentando la crisis humanitaria que tanto contrasta con el ambiente hedonista que rige la isla en verano. Se ha hundido a causa de un incendio un barco (el yate Da Vinci, de 28 metros de eslora, cerca de Es Vedrà, en Ibiza) y la enorme columna de humo negro se veía desde la pasarela de Migjorn delante del Vogamari como si se hubiera desatado un Pearl Harbour en el horizonte, otra vez. Un perro de la policía de Formentera adiestrada para pillar drogas (una hembra llamada Summer) y prestada a la policía de Ibiza (como si no tuviera trabajo en Formentera) descubrió un importante alijo de pastillas y marihuana en Sant Josep (y no, no era un Jack Russell terrier). A Katy Perry le han caído finalmente 6.001 euros de multa por grabar el pasado verano un videoclip en el espacio protegido de s’Espalmador (es verdad que con esa cantidad no vives mucho tiempo aquí si vas a según qué restaurantes). En el orden de lo sobrenatural, el posible espectro observado recientemente en casa de las Sílvias (S. Figarola y S. Komet), Ca na Cristos, en la Mola, sería la propia sa iaia Cristos, la abuela Cristos, la propietaria original, conocida así por ser de constitución muy magra que recordaba la figura del crucificado (aportación propia basada en la indispensable La toponímia de Formentera, de Vicent Ferrer i Mayans y Enric Ribes i Marí, Societat d’Onomàstica, 2023).
En todo caso, la noticia que ha sacudido la isla acunada en el verano ha sido la del cierre decretado por el Consell de Formentera del restaurante Cala Duo (ex Sa Sequi) por funcionar como discoteca sin tener permiso para ello. El local, que difícilmente pisarían Tony des cans o el capitán Nemo, rebasaba de largo el aforo —establecido en 50 personas pero que sobrepasaba en sus momentos álgidos el millar—, tenía instalado mobiliario en espacios de uso público que había hecho suyo e incumplía normas de seguridad. Se les ha obligado a retirar toldos y parasoles de la zona costera, que habían colonizado, y se ha precintado el equipo de música, de una potencia tal, parece, que algunos pensaban que se había vuelto a abrir la base de hidroaviones del vecino Estany Pudent. El Duo, que pese a estar en espacio protegido del Parque Natural de ses Salines seguía la tradición fiestera de alto standing y multitudinaria de sitios como el Beso original y se había convertido en uno de los puntos más must de la isla, ya fue este verano objeto de polémica por los vídeos en las redes sociales de clientes torrefactos coreando insultos al presidente del Gobierno Pedro Sánchez. Por su parte, Cala Duo, que ha podido reabrir ceñido a su formato autorizado, ha considerado la decisión del Consell “desproporcionada” y “falta de motivación jurídica”, mientras que algunos usuarios frustrados consideran que se ha penalizado al establecimiento solo por “estresar a las algas”. En medios de la isla se recordaba que estos días han pasado por el local, que recauda propinas dignas del califato omeya, futbolistas del Real Madrid y el luchador Ilia Topuria, lo que hace recomendable no ponerte muy chulo si discutes con un desconocido en la playa porque ha puesto la sombrilla muy cerca.
Pero lo que nos ha golpeado a los amantes de la Formentera bucanera, “la Formentera que resiste”, como la bautizó alguien, es la noticia de que va a cerrar Ses Roques, el equivalente en la isla en fama al night club vampírico Titty Twister (La Teta Enroscada) de Abierto hasta el amanecer, el filme de culto de Robert Rodriguez y Quentin Tarantino. El local a la entrada de Sant Ferran, identificable por la furgoneta hippy escacharrada en el aparcamiento y el aspecto de que dentro te espera Salma Hayek como Satántico Pandemonium y debajo hay un ignoto templo azteca, resulta lo más distinto a Cala Duo que quepa imaginar. Es un maravilloso antro con un destartalado jardín “mágico” en el que puedes cenar, un espacio para actuaciones en exterior, una barra llena de complicidades y una sala interior que hace de discoteca y también de escenario (sin olvidar un porche anexo con billar, futbolín y una inesperada biblioteca).
El alma de Ses Roques es su dueño, Piero Ameli, músico y promotor cultural italiano llegado a Formentera en 1989 atraído por la vieja relación de la isla con el rock progresivo y su propio amor por King Crimson y Pink Floyd (hace una versión impagable de Wish you were here, convertida en un verdadero himno del local). Ameli tiene una vida que es una caja de sorpresas. Nacido en Alejandría, así que ¡será por faros, Piero!, es coautor de Amante bandido, la canción de Miguel Bosé. Lleva ocho años dando oportunidades en Ses Roques a los músicos de la isla y a los que pasan por ella —consolidados y talentos nuevos, Anna Torre, Juanlu, Buty, Gatas voladoras— y despliega cada temporada una programación ecléctica hasta la locura. La estancia en Formentera no está completa si no escuchas en su terraza la velada Pink Floyd que él mismo se marca ante el micro con su voz rota y su guitarra y durante la que parece que se materialicen los viejos espíritus que otrora poblaron estos parajes.
Pues bien, es decir, mal: Piero ha anunciado que Ses Roques cambia de manos (en la actual Formentera esas cosas raramente van a mejor), aunque ha dejado abierta la puerta a continuar su actividad en otro local. En todo caso, este verano se recordará, si no se produce un milagro, como el del final de dos lugares tan emblemáticos de esa cierta otra Formentera como son Ses Roques y el Pelayo. Precisamente al Pelayo acudí paseando con pies pesarosos la noche de mi partida, cargado ya el coche y amarrada al parachoques la bici, para despedirme. Estaba cerrado y me marché con la imagen fantasmagórica del querido chiringuito con las luces bajas y la luna bañando los tejados de palmas y rielando en el mar como un melancólico adiós de plata.
Y al día siguiente a mediodía ya estaba a bordo del Sealand, de Transmed-GNV , rumbo a Barcelona, con el Suzuki en la bodega y Charly instalado a todo plan en el camarote, mirando nostálgicamente en cubierta un mar planísimo y azul, salpicado de peces voladores y punteado por los círculos marrones de algunas medusas; aunque es sabido que no hay que mirar fijamente como discurre el agua, pues eso molesta a los muertos. Llevaba conmigo mi baqueteado ejemplar de Lord Jim —“era uno de aquellos días en los que los recuerdos se amontonan en nuestra mente, las memorias de otras playas, de otros rostros”—. Pero la lectura que reservaba especialmente para la vuelta era El ancla de la misericordia, de Pierre Mac Orlan (Alianza, 2025), el gran escritor de literatura de aventuras, autor de El muelle de las brumas o El canto de la tripulación, y que comparte curiosamente algunos rasgos con Piero Ameli como haber sido compositor de canciones (por no hablar del aspecto de corsario patafísico con badana pirata de Piero y que una de las abuelas del italiano errante era francesa). Hacía tiempo que quería leer esta obra de Mac Orlan (1882-1970) que tanto ha recomendado Fernando Savater, nuestro Nemo y nuestro Long John Silver particular. Y lo he hecho en la cubierta del Sealand compulsivamente. Es cierto, como señalaba Fernando, que la novela, de 1946, debe mucho a La isla del tesoro de Stevenson, con un muchacho de 16 años del Brest de 1777 obsesionado con las aventuras marítimas (“estaba embriagado por el vino de la aventura que huele a pólvora, a yodo y a flores desconocidas”), Yves-Marie Morgat, Petit Morgat, envuelto en una turbia historia de amistad y piratería en la que la sidra y las crepes sustituyen al ron y las manzanas. Yo añadiría modestamente la influencia de Grandes esperanzas, de Dickens, con ese preso que condiciona el destino del chico, Jean de la Sorgue.
Por extraño que parezca, la mayor parte de la historia, en primera persona, transcurre en tierra (el protagonista solo hace una navegación hasta Ouessant en un pesquero hacia el final de la aventura, cuando se topa con un confuso combate naval). El título responde al nombre del local de pertrechos náuticos del padre de Petit Morgat (tienda que hace el papel de la posada Almirante Benbow), y metafóricamente al último agarre moral de un hombre malvado. Pese a su desarrollo terrestre, el libro está lleno de aroma de mar, desde la presencia en el puerto de la hermosa goleta Rosa de Savannah —con la talla de una chica negra con los senos desnudos como mascarón de proa— y su oscura promesa de aventuras, a la amenaza continua del peligroso pirata omnipresente pero invisible Nicolas Trupet alias Petit-Radet, pasando por el catalejo que compra el misterioso y taciturno cirujano naval interesado en las ciencias naturales (¿tomó de aquí inspiración Patrick O’Brian para Stephen Maturin?) Jérôme Burns, que entablará una preciosa amistad con el protagonista y su rousseauniano padre y hará volar la imaginación del chico (y la mía en el Sealand) con sus evocaciones: “He navegado por todas las aguas que pueden llevar una fragata. He visto ciudades maravillosas, más brillantes y mejor pintadas que los tapices de Shiraz. He visto chorrear las perlas en cascada y he bebido té en tazas más suaves y más transparentes que pétalos de rosa”.
No obstante, Burns es elusivo y melancólico, como si viviera a la sombra de un cadalso: “Y sin embargo de todo eso no me queda en la memoria más que un amargor que a menudo me perturba el sueño”. Y asevera que la aventura solo es bella en los libros, “un peligroso espejismo”, una ensoñación, y que lo importante es vivir con coraje y dignidad, ganándote la estima de todos los que se te acerquen. “He buscado la aventura en todos los mares del mundo, y nunca la he encontrado bella y pura como la imaginaba, nunca se alcanza”, leía yo como si Mac Orlan me musitara al oído con el telón de fondo de la megafonía del Sealand que anunciaba que el self service del ferry permanecía abierto. “Se pasa lo mejor de la propia vida intentando alcanzar un fantasma poético. Y luego llega la edad y uno se siente morir poco a poco, ignorando todo lo que debe constituir la verdadera alegría de vivir… un hogar, un afecto”.
Y en estas, a través del ancho mar, llegamos a puerto.
El Pais. Sábado 16 de agosto de 2025
viernes, 29 de agosto de 2025
La vida en viñetas de Michel Rabagliati
Tiene cierto morbo entrevistar a un autor de autoficción en su casa, más aún cuando la casa es escenario de parte de su obra. El chalecito del comiquero quebequense Michel Rabagliati en el barrio montrealés de Ahuntsic no decepciona. Rodeado de arbustos, con un pequeño mirador y un porche toldado ("lo construí yo cuando nos mudamos aquí hace 26 años", cuenta), es casi idéntico a los dibujos que aparecen en su última obra publicada en España, Paul en casa.
Aquí mismo, en su estudio, que durante un tiempo estuvo en el sótano y ahora se encuentra en la planta baja, Rabagliati ha desarrollado minuciosamente el personaje de su alter ego, Paul: a lo largo de 11 álbumes -seis de ellos publicados en español por la editorial Astiberri-, de la infancia a la madurez, pasando por todos los hitos vitales, y desde los años sesenta hasta la actualidad. "He contado prácticamente todo mi pasado", dice.
Si se ha leído su saga de Paul, uno también tiene la sensación de conocer de alguna manera a Rabagliati antes de cruzar una palabra con él. El autor tampoco decepciona: comparte con Paul la frente ancha, la nariz prominente y las cejas pobladas tan características del personaje. Pero, a diferencia de su alter ego, Rabagliati es elocuente y energético, generoso con la palabra y con el tiempo ("hablo mucho" y "tengo todo el día para vosotros" fueron dos cosas que nos advirtió nada más llegar). En el pequeño comedor contiguo a una cocina americana vintage verde oscuro, habla de la autoficción como una respuesta al olvido, una suerte de documentación vital.
-Además, no soy capaz de escribir ficción. No me la creo ni yo. Es una cuestión de honestidad. Inventar cosas, inventarme a una persona que no conozco, que se llama, no sé..., Lucía o Silvia, y darle un papel como, yo que sé, azafata..., ya estoy fuera. No me lo creo. Digo: bah, qué aburrido. Si ni siquiera la conozco, esta persona no existe. Así que cuanto más cercano, más me interesa, más me motiva. Prefiero contar la historia de un tipo que va al Provigo [una cadena de supermercados en Canadá] que inventarme una historia de alguien que se va de expedición a África. Probablemente haré algo mejor con el que va al Provigo que con el aventurero africano.
La vida de Paul es, efectivamente, una vida sin eventos notorios, sin sobresaltos. No hay grandes aventuras ni héroes. Tampoco tragedias ni situaciones sórdidas o violentas. Sin embargo, la serie es un éxito de ventas en toda la francofonía, ganadora de dos premios en el Festival Internacional del Cómic de Angulema, el encuentro de referencia para historietas francohablantes. Y la razón por la que en 2022 se condecorase a Rabagliati como caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.
-Probablemente haya una especie de magia en el dibujo. Creo que el dibujo es simpático. Es simple, fácil de entender, de descifrar. Y el personaje cae bien. No tiene rasgos muy marcados: no está supermusculado, ni es muy masculino, ni muy femenino. Es un poco andrógino. Es sensible y receptivo con lo que pasa. Su forma de estar en la historia hace que sea cautivador. Porque yo lo coloco como si el lector estuviera dentro del personaje, como si se pusiera un disfraz con cremallera y caminara con Paul. Y Paul va descubriendo las cosas a la vez que el lector. Y el lector, sea hombre o mujer, se puede proyectar fácilmente, porque el personaje es bastante neutral. Y lo que le pasa es la vida. Los acontecimientos van ocurriendo como ¡zas!, ¡pam!, ¡sorpresa!, y él los recibe, los acepta, los vive. El lector está en la misma posición, avanzando con él por la historia. Quizás ese sea el secreto.
A Paul le pasa la vida, y le pasa en Quebec. La saga da un repaso a usos, costumbres e historia reciente de la provincia canadiense -francófona y nacionalista-, con cierta nostalgia y con muchísima precisión. Por ejemplo, Paul en los scouts, quizá el más político de todos los títulos, tiene como contexto la lucha del Frente de Liberación de Quebec (FLQ), un grupo separatista violento considerado como terrorista por el Gobierno de Canadá, que en 1970 protagonizó la llamada crisis de octubre.
El álbum describe e ilustra con bastante objetividad y desde el punto de vista de un Paul adolescente las semanas en las que el FLQ secuestró al diplomático británico James Cross y al entonces ministro de Trabajo, Pierre Laporte, a quien terminarían matando, y desencadenaron que el entonces primer ministro, Pierre Trudeau, padre de Justin Trudeau, aplicase la ley marcial. Como en otras ocasiones, la historieta navega entre el francés y el inglés para retratar un momento que marcaría las relaciones entre Quebec y Canadá.
El cambio de registro e incluso de idioma es uno de los puntos fuertes de Rabagliati. A cada personaje y a cada situación, el autor le otorga el estilo lingüístico apropiado, y como bien corresponde a un país bilingüe, el idioma adecuado al momento. En el universo de Paul no faltan el vecino de origen italiano que pese a llevar toda su vida en Montreal no habla francés -algo que irrita profundamente a los quebequenses (y a Paul)- o la mánager que utiliza tantos anglicismos que en sus frases cuesta encontrar palabras en francés.
-En Paul va de pesca o Paul se muda, verás que hay diferentes niveles de lenguaje.
El de los inmigrantes, como el vietnamita del colmado, que tiene muchas dificultades con el francés. O el pescador de Joliette (ciudad en el suroeste de Quebec), que tiene un acento rural, y usa muchos anglicismos. Cuanto más te alejas de la ciudad, más anglicismos encuentras, más quebequismos también. Me gusta detectarlo y subrayarlo cuando encaja bien.
La casa de Rabagliati está plagada de bártulos que dan cuenta de su interés por las artes visuales. Muñecos, juguetes, un luminoso de un taxi, matrículas de coches locales y muestras impresas de fuentes tipográficas de distintos estilos, cuidadosamente organizadas en estanterías y corchos de la pared de su estudio. Su padre y su hermana se dedicaron a la tipografía, y él, tras un breve paso por el oficio, estudió diseño gráfico. De ahí saltó a la ilustración editorial y para marcas, y acabó aterrizando en el cómic, su gran sueño desde la infancia.
Este recorrido vital ha dejado su impronta en la saga de Paul. En las historietas, aparecen productos y negocios típicamente montrealeses dibujados con rigor. Rabagliati asegura que con esto también responde a esa necesidad suya de batallar contra el olvido, de documentar el presente.
-Cuando dibujo un objeto, me gusta ser muy preciso. Sobre todo cuando hay tipografía, o si es un cartel, especialmente los carteles exteriores. Soy muy muy detallista con eso, porque son landmarks, puntos de referencia, y muchas veces son cosas que van a desaparecer. Sobre todo con los letreros antiguos, soy muy nostálgico. Por eso me gustan tanto las películas de Wes Anderson. Es muy meticuloso. Si pone un cartel de "elevator" (ascensor) en una escena, usa Futura Light. ¡Guau, me encanta eso! Todo está cuidado. Cualquier caso que aparece en una mesa tiene una buena tipografía. Todo está bien equilibrado, bien espaciado, con un interletraje impecable. Es el único que cuida la tipografía así. Bueno, también Almodovar. Sus títulos de crédito son una pasada. Sólo los créditos ya me hacen parecer ver la película.
Esa misma minuciosidad en el dibujo la aplica en los detalles arquitectónicos, en los edificios que aparecen como escenario de las historias de Paul. Y probablemente este aspecto costumbrista de su obra sea una de las claves de su éxito en Quebec, una región obsesionada con su identidad cultural y una necesidad de reafirmación como nación distinta a Canadá. Y aunque este verano haya recibido la medalla de la Orden de Canadá, una de las distinciones civiles más altas que otorga el Gobierno, Rabagliati es consciente de que no todos los públicos acogen con el mismo entusiasmo al personaje de Paul.
-No tengo éxito en el mundo anglosajón. Mis historias les parecen demasiado dulces, demasiado tiernas. Mi traductora -magnífica, por cierto- me lo ha dicho. Las tiradas son decentes, pero las ventas son lentas, sin mucho entusiasmo. Y sé por qué: los estadounidenses vienen de los superhéroes, del bien contra el mal, las armas... Incluso los cómics autobiográficos que les gustan son Maus, cosas muy duras, muy oscuros. Buddy Bradley, Dan Clowes, Charles Burns... Todo muy subterráneo, con traumas, depresión. Juliet Doucet, por ejemplo, que es de aquí, tiene mucho éxito en Estados Unidos. Porque es punk, es oscuro, hay bares, encuentros turbios. Eso gusta. Y en el Canadá inglés también: sus lecturas son muy oscuras. Mi obra es más luminosa. Lo que presento de la vida es bastante soleado.
La excepción en este trabajo soleado es Paul en casa, su décimo título que cierra una primera etapa de la saga, y que salió a la venta en España el pasado mes de marzo. En este volumen, Paul se acaba de divorciar de su esposa, un personaje muy presente en el resto de su obra, y su hija, ya mayor de edad, decide irse a vivir temporalmente a Londres. Y en medio de esta soledad de sus 51 años, a su madre le diagnostican un cáncer terminal y muere.
-Entré de lleno en los peores momentos de mi vida. Muy real, muy duro. No sé por qué lo hice. Quizá porque necesitaba escribir. Necesitaba hablar con alguien. En Paul en casa, Paul dice: "Me gusta hacer cómic porque me relaja". Y su perro le responde: "No, es porque necesitas hablar con alguien". Y es así, tal cual... Aunque creo que escribir sobre ello fue menos doloroso que hacer la promoción del libro doloroso. Por culpa de la autoficción. Me sería mucho más fácil hablar de un libro si fuera ficción. Pero es mi vida. Y me vuelven a interrogar sobre mi vida. Y eso a veces... es demasiado.
Mientras gestiona momentos desoladores, se enfrenta a tareas y situaciones altamente irritantes: limpiar una piscina sucia, ir al dentista, lidiar con la apnea del sueño, empezar a correr, abrirse un perfil en una web de citas... Patéticos problemas del primer mundo y de la mediana edad con los que es fácil sentirse reconocido, simpatizar.
-En Paul en casa, al principio me dije: me voy a quedar en el sótano todo el tiempo. Pero me di cuenta de que no sería bueno, ni para mí ni para el lector. Así que uso el humor para romper la atmósfera, para cambiar de tono. Exactamente como hace Woody Allen. No se queda siempre abajo: le da al lector galletas, azúcar, para que haya diversión. Lo que se llama comic relief. En guión se usa mucho. El comic relief llega cuando el lector está cansado, saturado emocionalmente, y le das un chiste para reengancharlo. A mí eso me interesa muchísimo, la construcción del guión. Cómo organizar los elementos de una historia para que provoquen un efecto: flashbacks, flashforwards, primeros planos...
El comic relief funciona de maravilla en la versión teatral de Paul en casa que durante 2024 y 2025 se ha podido ver en Montreal, y en la que Rabagliati ha colaborado con el guión. Aunque esta no era la primera puesta en escena de Paul; en 2015 el director de cine quebequense François Bouvier llevó a la gran pantalla Paul en Quebec, en la que Rablagiati colaboró también como guionista.
-Escribir para cine no me interesó. Muy laborioso, todo cronometrado. Todo es un problema. Todo cuesta, cuesta, cuesta. Mientras que en cómic... puedes dibujar ocho caballos con uniformes napoleónicos y cañones... y no pasa nada. Tú dibujas lo que quiera. Una escena aérea, ¡y tan feliz! En cine, para tener esa imagen, tienes que negociar todo.
En la habitación donde está su estudio, Rablagiati nos enseña bocetos de la obra en la que trabaja y también algunos de Rose en la isla, una novela ilustrada que se publicará en España a finales de año. Cuenta que la viñeta de la historieta se le quedaba pequeña para representar la inmensidad de los vastos paisajes de Bas-Saint-Laurent, donde se encuentra la isla en la que se desarrolla la historia, y que decidió probar un nuevo formato. La amplitud se agradece y favorece al estilo característico de Rabagliati: los dibujos son más minuciosos si cabe y sin la limitación de los bocadillos, las reflexiones de Paul son aún más interesantes.
-Pensé en hacer algo así, un poco anticómic tradicional, con ilustraciones grandes. Hago un dibujo, lo escaneo y lo encajo en el texto. Primero escribí todo el libro en InDesign, que normalmente los escritores no hacen. Ellos escriben en Word, y luego un diseñador maquetador se encarga. Pero yo hago la maquetación directamente. La tipografía que quiero, márgenes, el tamaño, todo. Eso me permite controlar muy bien el ritmo. Una página, un tema. En Word no puedes controlar eso, el texto fluye y luego alguien lo ajusta como puede.
Rablagiati quedó contento con el resultado y su próxima publicación, que saldrá a la venta en Canadá el año que viene, seguirá el mismo formato y estilo. Y aunque Paul ya no aparecerá en los títulos, seguirá siendo el protagonista. Es lo que tiene declararse incapaz de crear personajes ficticios: tu alter ego se vuelve imprescindible, aunque duela.
Paul en casa. Michael Rabagliati
Traducción de Óscar Palmer. Astiberri, 2025
208 páginas. 23 euros
El Pais. Núm. 1.760. Sábado 16 de agosto de 2025
jueves, 28 de agosto de 2025
Porco Rosso: cartel taiwanés (por Steve Tung y Joe Fang)
Nuevo póster oficial taiwanés de " Porco Rosso " (la famosa película de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli).
Una vez más, son obra de Steve Tung (ilustración) y Joe Fang (diseño gráfico), quienes ya habían sido encargados de diseñar otros pósteres para las películas del estudio para sus (re)estrenos en Taiwán.
Via Catsuka
miércoles, 27 de agosto de 2025
martes, 26 de agosto de 2025
Las chicas de Bryan
El cantante Bryan Adams sorprende como fotógrafo en su última obra. Un libro, titulado 'American women', en el que retrata a noventa mujeres de éxito vestidas por Calvin Klein. Un paseo por la femineidad estadounidense con fines benéficos que incluye a actrices, políticas, escritoras y cantantes. Por Xavi Sancho. Fotografía de Bryan Adams.
Un rockero que saca fotografías.
Una marca de moda de sartorial elegancia. Un nutrido grupo de mujeres de éxito norteamericanas. Una buena causa. American women es un libro de retratos de, eso, mujeres americanas. Hasta noventa, en una lista que incluye los nombres de Scarlett Johansson. Daryl Hannah, las hermanas Venus y Serena Williams, Pink, Lauren Bush o Hillary Clinton. Todas han posado para la cámara de Bryan Adams vestidas por Calvin Klein. La finalidad (aparte de la repercusión mediática, la proyección de una imagen multidisciplinar o, incluso, el aburrimiento a que aboca a industria a los músicos al no permitirles editar más que un disco cada tres anos es la ayuda al Memorial Sloan-Kettering Cancer Center en su programa de investicacion para la cura del cáncer de pecho, enfermedad que se levo a una amiga íntima del musico canadiense en 1997. Los dos trabajos previos de Adams como fotógrafo han sido sendos libros de retratos femeninos, uno en su país natal (Made in Canada, 1999) y otro en el Reino Unido (Haven, 2000), donde llegó a fotografiar a la reina Isabel II, la mujer que le preguntó hace unos meses a Eric Clapton si hacía que tocaba la guitarra. "No estoy seguro de si ella me conocía, pero fue muy amable", responde por e-mail Bryan Adams. "Y le gustó la cámara de 10x8 que utilicé para hacerle el retrato", termina.
"Empecé en el mundo de la fotografía hace siete años, con las imágenes de las portadas de mis discos y reportajes sobre mis propias giras y sesiones de grabación. Trató de ser tan creativo como puedo mientras estoy vivo. No quiero llevarme nada dentro cuando me vaya, quiero haberlo dado todo". Así, entre la mística inherente al artista millonario y la urgencia por dejar huella en un mundo que tiene muchos problemas y poca memoria, Adams se embarcó en este proyecto. Las fotografías se tomaron entre Nueva York y Los Ángeles durante 2004. La relación con Calvin Klein se había iniciado en 2000, cuando Malcolm Carfrae, buen amigo del rockero en Londres (ciudad en la que reside) se mudó a Nueva York para ser vicepresidente de relaciones públicas de la marca estadounidense. Él conocía el traba-
-jo como fotógrafo de Adams y a mediados de 2002 le llamó para proponerle que la marca que ahora le ayudaba a pagar las facturas se involucrara junto a él en un proyecto llamado American Women. El brasileño Francisco Costa puso toda su ilusión, como recién llegado al puesto de director creativo de Calvin Klein Mujer, al servicio de la causa. Costa no conocía el talento oculto del rockero, pero si tenia una cosa clara: Los provectos filantrópicos son cada día mas importantes. Cuanto mas opulenta se convierte la sociedad, mas importante es que las personas compartan su riqueza y su tiempo. La caridad une a la gente' responde también por e-mail el diseñador, quien, a pesar de ser consciente de que existen un par de cosas en el mundo que no funcionan bien, posee una naturaleza optimista ciertamente envidiable, aparte de un también hasta ahora desconocido talento para emular a Nancy Keagan.
-¿Cuáles fueron sus pensamientos iniciales sobre el proyecto?
-Es una gran idea, muy emocionante, ademas de una muy buena causa.
-¿Algún personaje se negó?
-Hemos conseguido una gran representación de mujeres.
-¿Cómo valoraria su experiencia en Calvin Klein hasta hoy?
-Me lo he pasado muy bien. Hemos conseguido mucho en muy poco tiempo, y tengo muchas ideas excitantes para la marca para el futuro.
La principal influencia que Brian Adams reconoce al ponerse tras una cámara es Herb Ritts quien le ayudó mucho en la creación de su primer libro. Me presto su estudio y sus asistentes. y ahí aprendí más sobre fotografía que en ninguna otra parte. Fue como un curso acelerado, y todavía hoy me mantengo en contacto con la gente de su oficina. También he aprendido mucho de quienes me han fotografiado, y entre ellos recuerdo especialmente a Andrew Catlin o Anton Corbjin" Aunque parece totalmente integrado en sus nuevas aficiones cuyo éxito parece cada día sorprenderle menos. Adams declara que su principal actividad es y será el rock and roll "Tengo un disco nuevo, Room service, y en enero giré por España. Las audiencias de vuestro país son las mejores", responde en un típico tic de viejo rockero que de cualquier modo, no desentona nada en este nuevo entorno. ¿Algún talento oculto más que debamos conocer.? "Llego a tocarme la punta de la nariz con la lengua". Con esto igual no se pueden recaudar fondos para ninguna buena causa, pero al bienintencionado Costa seguro que le parece admirable".
El libro "American women" tiene 120 paginas, cuesta 39,80 euros y está editado por Power House Books. Para más información, consultar: www.powerhousebooks.com.
El Pais Semanal número 1.497. Domingo 5 de junio de 2005
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